Veo la belleza como algo íntimo e imperfecto, más ritual que resultado. Vive en la manera en que preparo café, doblo telas, ordeno objetos o cuido mi piel en las horas tranquilas. Estas pequeñas rutinas personales me enraízan en el presente. La belleza, para mí, no es pulida: es cruda, silenciosa y profundamente sentida. En mi trabajo, trato de preservar esa sensación: la textura de una pincelada, el borde inacabado, la huella de una mano. Se trata de la presencia sobre la perfección, de sostener espacio para lo real.